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miércoles, 18 de mayo de 2011

INSTRUCCIONES PARA ENTENDER TRES PINTURAS FAMOSAS

El amor sagrado y el amor profano por TIZIANO


Esta detestable pintura representa un velorio a orillas del Jordán. Pocas
veces la torpeza de un pintor pudo aludir con más abyección a las
esperanzas del mundo en un Mesías que brilla por su ausencia; ausente del
cuadro que es el mundo, brilla horriblemente en el obsceno bostezo del
sarcófago de mármol, mientras el ángel encargado de proclamar la
resurrección de su carne patibularia espera inobjetable que se cumplan los
signos. No será necesario explicar que el ángel es la figura desnuda,
prostituyéndose en su gordura maravillosa, y que se ha disfrazado de
Magdalena, irrisión de irrisiones a la hora en que la verdadera Magdalena
avanza por el camino (donde en cambio crece la venenosa blasfemia de dos
conejos).
El niño que mete la mano en el sarcófago es Lutero, o sea, el Diablo. De
la figura vestida se ha dicho que representa la Gloria en el momento de
anunciar que todas las ambiciones humanas caben en una jofaina; pero está
mal pintada y mueve a pensar en un artificio de jazmines o un relámpago de
sémola.

La dama del unicornio por RAFAEL



Saint-Simon creyó ver en este retrato una confesión herética. El
unicornio, el narval, la obscena perla del medallón que pretende ser una
pera, y la mirada de Maddalena Strozzi fija terriblemente en un punto donde
habría fustigamientos o posturas lascivas: Rafael Sanzio mintió aquí su más
terrible verdad.
El intenso color verde de la cara del personaje se atribuyó mucho
tiempo a la gangrena o al solsticio de primavera. El unicornio, animal
fálico, la habría contaminado: en su cuerpo duermen los pecados del
mundo. Después se vio que bastaba levantar las falsas capas de pintura
puestas por los tres enconados enemigos de Rafael: Carlos Hog, Vincent
Grosjean, llamado «Mármol», y Rubens el Viejo. La primera capa era
verde, la segunda verde, la tercera blanca. No es difícil atisbar aquí el triple
símbolo de la falena letal, que a su cuerpo cadavérico une las alas que la
confunden con las hojas de la rosa. Cuántas veces Maddalena Strozzi cortó
una rosa blanca y la sintió gemir entre sus dedos, retorcerse y gemir
débilmente como una pequeña mandrágora o uno de esos lagartos que
cantan como las liras cuando se les muestra un espejo. Y ya era tarde y la
falena la habría picado: Rafael lo supo y la sintió morirse. Para pintarla con
verdad agregó el unicornio, símbolo de castidad, cordero y narval a la vez,
que bebe de la mano de una virgen. Pero pintaba a la falena en su imagen, y
este unicornio mata a su dueña, penetra en su seno majestuoso con el
cuerno labrado de impudicia> repite la operación de todos los principios. Lo
que esta mujer sostiene en sus manos es la copa misteriosa de la que hemos
bebido sin saber, la sed que hemos calmado por otras bocas, el vino rojo y
lechoso de donde salen las estrellas, los gusanos y las estaciones
ferroviarias.

Retrato de Enrique VIII de Inglaterra por HOLBEIN



Se ha querido ver en este cuadro uña cacería de elefantes, un mapa de
Rusia, la constelación de la Lira, el retrato de un papa disfrazado de Enrique
VIII, una tormenta en el mar de los Sargazos, o ese pólipo dorado que crece
en las latitudes de Java y que bajo la influencia del limón estornuda
levemente y sucumbe con un pequeño soplido.
Cada una de estas interpretaciones es exacta atendiendo a la
configuración general de la pintura, tanto si se la mira en el orden en que
está colgada como cabeza abajo o de costado. Las diferencias son
reductibles a detalles; queda el centro que es ORO, el número SIETE, la
OSTRA observable en las partes sombrero-cordón, con la PERLA-cabeza
(centro irradiante de las perlas del traje o país central) y el GRITO general
absolutamente verde que brota del conjunto.
Hágase la sencilla experiencia de ir a Roma y apoyar la mano sobre el
corazón del rey, y se comprenderá la génesis del mar. Menos difícil aún es
acercarle una vela encendida a la altura de los ojos; entonces se verá que
eso no es una cara y que la luna, enceguecida de simultaneidad, corre por
un fondo de ruedecillas y cojinetes transparentes, decapitada en, el recuerdo
de las hagiografías. No yerra aquél que ve en esta petrificación tempestuosa
un combate de leopardos. Pero también hay lentas dagas de marfil, pajes
que se consumen de tedio en largas galerías, y un diálogo sinuoso entre la
lepra y las alabardas. El reino del hombre es una página de historial, pero él
no lo sabe y juega displicente con guantes y cervatillos. Este hombre que te
mira vuelve del infierno; aléjate del cuadro y lo verás sonreír poco a poco,
porque está hueco, está relleno de aire, atrás lo sostienen unas manos secas,
como una figura de barajas cuando se empieza a levantar el castillo y todo
tiembla. Y su moraleja es así: «No hay tercera dimensión, la tierra es plana,
el hombre repta. ¡Aleluya!» Quizá sea el diablo quien dice estas cosas, y
quizá tú las crees porque te las dice un rey.

Julio cortazar 
Historias de cronopios y famas





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